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  • Pensamientos

    Hoy me voy a tomar unos minutos para escribir todo lo que se me venga a la mente.

    Estas últimas semanas me he dado cuenta de lo difícil que me resulta a veces mantener mi compromiso ante la vida firme en épocas de tormenta.

    Puedo observar en mi vida cómo ha habido veces en las que me he mantenido firme en mis hábitos, en mi compromiso conmigo y en mis objetivos a pesar de las dificultades que se me presentaran.

    Asimismo veo cómo en ciertas ocasiones todo lo que creía tener construido flaquea, se tambalea y me lleno de dudas sobre si estaré siendo realista en mi cometido, sobre si me vale la pena o si me tengo que conformar con lo que tengo por lo difícil que me parece seguir mis sueños en esos momentos tormentosos.

    Creo firmemente en el eterno retorno, en que estoy condenado a repetir siempre lo mismo en mi vida.

    Me explico.

    Las tormentas son siempre las mismas, solo cambia la forma en las que las recibo en mi vida. Estoy «condenado» a repetir siempre los mismos patrones, y lo único que cambia respecto 5 años atrás es la forma en la que decido afrontar esos patrones.

    Hace 5 años puede que me cabreara con todo y me evadiera con el deporte, ahora tal vez opto por comunicar, observar o tratar de buscar formas creativas para afrontar esa situación. Aún así siento que mis problemas son en su raíz los mismos siempre.

    Es un tira y afloja constante entre sentirme capaz de actuar y hacerlo, o dejarme llevar por la vida y sus caminos. Un dialogo entre mis automatismos y mis ganas de actuar diferente.

    Lo paradójico de esto es que no hay ninguna opción mala ni buena, todo lo que suceda está bien en la medida que es lo óptimo en el momento presente para poder seguir creciendo.

    Cada batalla que gano a favor de mi salud y bienestar es un punto extra en la escala de dificultad de la vida para cuando me presente sus nuevas batallas. Es decir, la adversidad y el desánimo del presente son los maestros que me facilitarán las dificultades futuras cuando se presenten.

    Y no hablo de entender la victoria como acabar siendo el mejor posicionado, sino como ser capaz de aprender y reinventarme con todas las experiencias que viva. Alimentarme de lo que sea que me pase para dar lo mejor de mí.

    Por eso me gusta el teatro, puedo usar todo lo que me pase a mi favor.

    Entonces eso, las tormentas me cuestan, cierto es que cada vez las afronto con más facilidad que las anteriores, y no por eso soy inamovible.

    Aunque eso también mola, porque si hago recuento de mi historia de vida puedo ver cómo en ocasiones me mantuve firme y cómo en otras me tambaleé, y es el conjunto de esas situaciones las que me forman como hombre y me preparan para las experiencias venideras.

    Cambiando de tema, últimamente estoy inspirado, así que usaré a mi favor lo que me pase para seguir progresando en mi vida.

    Cierto es que el dinero es una gran calma para vivir, sin embargo hay procesos internos que encuentro que son aún más necesarios para saber disfrutar de la abundancia que vaya consiguiendo en mi vida.

    Es un camino de dentro hacia afuera.

    Un saludo.

  • Sobre ser proactivo

    El secreto del bienestar está en encontrar el equilibrio entre dejarse estar con lo que a uno le pasa, y ser estricto con los deberes diarios. Ese término medio, para mí, se llama responsabilidad.

    Y es que la responsabilidad es inevitable.

    Con mis años de vida he aprendido y valoro la proactividad tanto en mí como en quienes me rodean. La proactividad no es un esfuerzo diario para vivir, es un compromiso con uno mismo por mejorar y seguir avanzando en la vida.

    De jovencito escuché una vez a un chico decir los problemas hay que afrontarlos de cara, si esperas en el sofá de tu casa a que desaparezcan te acabarán comiendo.

    Al principio no entendí el mensaje, y me enfadó profundamente porque pensé en todas aquellas personas que sufren algún tipo de patología y se ven obligadas a afrontar los problemas desde el sofá de sus casa o sus camas, no por pereza, sino porque sus circunstancias les obligan a ello. También pensé en esos días en los que «la vida» me llevaba a querer afrontar los problemas desde mi cama.

    Con el tiempo me he dado cuenta de que soy un hombre perfectamente capaz de caminar hacia donde quiero estar en mi vida, y que si no lo hago es por pereza. Y eso es algo que no quiero en mi vida. Elijo ser activo.

    Por tanto, mi compromiso mayor en la vida es conmigo mismo. Las adversidades de la vida no llegan para joderme, sino más bien para enseñarme y darme oportunidades de crecer como persona. Cada día cultivo más mi compromiso conmigo mismo. Cada día me esfuerzo por salir adelante y actuar de tal forma que acabe el día un poco más cerca de mis objetivos.

    Este compromiso me lleva a buscar soluciones, me sumerge en un auge creativo necesario para mi crecimiento, y me mantiene en constante introspección, buscando siempre la forma de mejorar, crecer y aprender a reaccionar de maneras diferentes ante la vida.

    El otro día escuché en Antifragil Podcast lo siguiente: Decir todo el rato ya lo sé es sumamente limitante. El no sé nos abre la puerta a buscar saber, a la empatía. Me parece sumamente importante este punto para romper con los esquemas mentales propios que me mantienen estancado. La clave del progreso es mantenerse en mentalidad de cinturón blanco.

    Gracias trabajar en mi proactividad puedo poner mi foco en cómo reacciono a aquello que me pasa, en vez de lamentarme por aquello que me pasa. Me vuelvo en un agente activo de mi vida. Es enfocarme en aquello que está en mi control.

    Gracias por leer.

  • Los 3 pilares del bienestar

    Claudio Naranjo dijo Entrégate a la desazón y al dolor de la misma manera en que te entregas al placer. No limites tu conciencia y más de acuerdo no puedo estar.

    El dolor puede ser tanto nuestro aliado como nuestro enemigo. El dolor mueve masas, despierta el amor en nuestro interior, nos lleva a abrir la mente o a cegarnos con tal de no sentirlo. El dolor siempre está ahí.

    No considero que el dolor sea la fuente de la que nace el amor, el valor, la honestidad, el respeto o la responsabilidad, sin embargo es algo que suelo tener presente en mi vida, y que me ayuda a encontrar un foco. Aún así sí que creo que todo está entrelazado, y que todo tiene un poquito de todo.

    Esta pequeña introducción es necesaria para lo que viene. Sin el dolor y el inmenso espectro de vivencias que trae consigo, jamás habría llegado a darme cuenta de los pilares fundamentales que sostienen el bienestar en mi vida y que realmente me importan, los cuales quiero compartir a continuación.

    Primer pilar: la Emoción

    El primer pilar fundamental para mí es la emoción. Me considero un chico con unas emociones muy vivas. Vivo mi vida emocional de forma muy intensa, siendo mis emociones un motor fundamental para nutrirme en mi día a día y seguir avanzando en mi camino.

    En los días actuales siento que hay una supresión inmensa a la emoción, incluso lo noto en mí cuando dejo de respirar lo que me pasa. A veces tengo la sensación que atender las emociones propias y los mensajes vitales que traen con sigo fuera una nimiedad entre tanto movimiento diario. La mejor forma que conozco de cuidar mis emociones es mirarlas de frente, a los ojos, mirar mi alma y dejarme estar con todo aquello que me pasa.

    En el momento que detecto una necesidad profunda de huir de ciertas situaciones, me doy cuenta de que me estoy peleando conmigo por cómo me estoy sintiendo, y es justo en ese momento donde más necesito dejarme estar con mis emociones para poder apoyarme en ellas y darme un espacio en el mundo. Mis emociones contribuyen a darme yo una voz en mi entorno, porque si yo no lo hago nadie lo hará.

    Por eso cada día me gusta más el teatro. Es emoción cruda, expresión en todos sus sentidos. Es dar espacio al interior, al alma, y dejar que suceda en escena lo que tenga que suceder, porque precisamente es lo que debía suceder en ese momento. Cada función, improvisación, movimiento, es único en sí e irrepetible. Y el motor de todo eso es la emoción, aunque la emoción sea no sentir nada, vacío puro.

    Segundo pilar: el Físico

    Sin duda alguna mi cuerpo es mi mayor compañero de vida, es la agrupación molecular más fiel a mí que podré encontrar jamás en el mundo. Esté donde esté, estoy conmigo. Pasa lo mismo con las emociones.

    Siento que cuerpo y emoción van de la mano, no son el uno sin el otro. Si no escucho mis emociones, mi cuerpo me pedirá que las escuche, y si me quedo enganchado en una emoción, es mi cuerpo quien me pedirá un descanso.

    Asimismo, el cuerpo no es solo la carne y el hueso. El cuerpo son bacterias, moléculas, es energía y emoción. El cuerpo es contacto y cariño también. Los abrazos, las caricias, las miradas, los automasajes, el entrenamiento, la dieta. Todo forma parte del cuerpo, y todo, en mayor en menor medida, afecta a nuestro estado corporal.

    Cada uno somos responsables de nuestro propio cuerpo. Es mi responsabilidad la forma en la que me muevo, el ejercicio que hago, y el estado de salud en el que me halle. A mí no me gusta el gimnasio, a mí me gusta el bosque, la montaña, el aire fresco, por lo que yo entreno subiendo árboles, haciendo dominadas en las ramas, flexiones donde pille, y respirando y escuchando qué tipo de movimiento necesita mi cuerpo para liberar tensiones.

    Tampoco me ciño a una dieta en concreto, exploro, veo qué le va mejor a mi digestión más allá de lo que puedan decir los científicos, y a base de probar me he ido dando cuenta que digiero mejor unos alimentos que otros. Por una cuestión de energía y pesadez post comidas he dejado atrás unos alimentos y me centro en ingerir otros, y así vivo conmigo, explorando cuáles son las formas que me hacen sentir mejor en esta relación de toda mi vida conmigo.

    Tercer pilar: la Economía

    Llevo un tiempo dándole vueltas a este tercer pilar. En ocasiones no me encaja con el concepto de pilar fundamental para el bienestar porque me sale mi lado más austera y encuentro diversos argumentos para justificar que no necesito mucho dinero para vivir, y que puedo dormir donde sea y comer lo que sea.

    De igual forma, llevo mucho tiempo ordenando mis finanzas personales y, aunque todavía no tengo el capital que deseo tener, sí que me siento mucho más libre financieramente respecto a cuando cobré mis primeras nóminas.

    Esto lo he notado en mis emociones y mi cuerpo.

    El primer paso que di para mejorar mi economía fue comprarme una libretita de bolsillo. Era realmente minúscula, y la llevaba de arriba a abajo apuntando todos mis gastos. Fue hace unos 2 años, y realmente pude poner consciencia en ese momento de que el dinero no se me esfumaba por arte de magia, sino que me lo gastaba sin control en cosas que en su mayoría eran innecesarias.

    Por tanto, el primer paso para conseguir la libertad financiera es tomar consciencia de dónde va destinado el dinero que genero. Comencé con una libreta y, gracias a mi hermana que es una crack, ahora me organizo las finanzas con un Excel automatizado.

    La libertad no la he conseguido por ganar mucho dinero, porque mis ingresos son casi siempre los mismos, la libertad está en saber que tengo un plan, un compromiso económico conmigo mismo, un proyecto que seguir y unos objetivos que lograr. Poder ver dónde van destinados mis ingresos, me permite trazar un plan de acción para los objetivos económicos que tenga en los próximos años, ya sea pagarme los estudios, irme de viaje o mudarme, y la paz mental que me da tener esa estabilidad financiera es algo que agradezco profundamente.

    Por tanto, para mí, la educación financiera es un pilar fundamental de mi bienestar general.

    ¿En qué gastas tu dinero?


    Gracias por leer,

    Salud y prosperidad.

  • Sobre elegir

    Hay un tipo de libertad que no lo otorga el dinero ni ningún bien material que pueda poseer jamás. No es una libertad dada por estar rodeado de las personas a las que amo, ni tampoco por los logros que consiga en mi vida. Es una libertad interna  que evoca una sensación de empoderamiento y rebeldía que ni la mejor de las drogas me hará sentir jamás. Estoy hablando de la libertad de elegir y ser responsable.

    Me imagino varias situaciones en mi vida donde estaba sumergido en situaciones de extremo dolor y malestar. Situaciones en las que elegí sufrir por haberlo valorado como la alternativa menos dolorosa de todas. La lógica me decía es menos doloroso formar parte de un entorno donde sufro, que vivir conmigo a solas. En todas esas decisiones de quedarme era consciente de que si lo hacía iba a doler mucho y a sufrir mucho, y en todas esas ocasiones ha terminado siendo así. También es cierto que, todas las veces que sucedió, terminé dando el paso de caminar solo y doler solo, pues es la única vía en la que puedo sanar aquello que me pasa. 

    No pretendo menospreciar la importancia la conexión social, todo lo contrario, no existiría sin los vínculos que constituyen la persona que soy a día de hoy. Los contactos sociales me sirven para crecer. Sostener esos contactos, ya sean dolorosos o placenteros, me sirve para desarrollar un criterio sobre qué quiero y qué no quiero en mi vida. Aun así, por mucho que yo crezca al compartir experiencias con los demás y resonando con sus formas de vivir, el proceso de sanación ocurre a solas, conmigo mismo. Lo puedo compartir, me puedo apoyar en otros, puedo pedir ayuda y poner límites, y eso forma parte de la sanación, sin embargo, desde mi propia experiencia, cuando duelo conmigo mismo es cuando saco la mayor de mis fuerzas para vivir. 

    Dar el paso de mostrarme vulnerable frente a los demás, de llorar con la vista alta, de dejarme sostener y apoyar, de poner límites, decir que no, pedir lo que deseo. Todas esas primeras veces nacen en lo más profundo de mi ser. El primer paso para compartirme es interno. Mi vida, la mayor parte de las veces, ocurre desde dentro hacia afuera. Si no me entero de cómo estoy por dentro, ¿cómo voy a relacionarme con lo de fuera?

    Retomando el tema de la libertad y elegir. En todas esas situaciones tomé una decisión. En todas esas ocasiones me di la libertad de rectificar mis decisiones cuando lo creía necesario. Por muy atado que esté a unos horarios de estudio o de trabajo, por mucho que me encuentre en situaciones donde no esté a gusto con el entorno que me rodea, o con la gente que compone mi día a día, la decisión de hacer algo diferente, de ser fiel a mí, es una decisión propia, y una responsabilidad que nadie me podrá arrebatar jamás.

    Yo elijo lo que quiero en mi vida, cuales son mis prioridades y qué cosas son innegociables en mi día a día. Eso nadie me lo quita. Desde niño asumí mi plena y absoluta responsabilidad frente a la forma que afronto la vida. Por muchas desgracias que me pasen, o por mucho que me sonría la fortuna, es mi responsabilidad elegir la forma de vivirlo, independientemente del ambiente en el que me encuentre. Caer en el victimismo o el regodeo es una decisión propia. Escuchar la adversidad o negarla es una decisión propia. Quedarme y doler, o irme y doler, es una decisión propia.

    No hay nada bueno ni nada malo, no hay una decisión mejor que otra. La clave está en probarlo, explorar lo que pasa si decido quedarme o irme, y ser responsable de las repercusiones de mi decisión. A veces me saldrá torcida la jugada, y otras de forma impecable. Salga como salga, lo importante es hacerlo y aprender.

    Atrévete a elegir. Con miedo, ilusión, o lo que sea que te suceda al hacerlo.

    Elije y sé libre.

  • Sobre la autoconfianza

    La confianza en uno mismo no es algo dado por naturaleza. Es algo que se trabaja a diario y con tiempo. Una persona no es valiente porque nació así, ni confiada por genética. Una persona valiente y confiada lo es porque día a día, desde hace años, se enfrenta a riesgos cotidianos con miedo, los supera y aprende. Cada riesgo superado engrandece nuestro corazón.

    Un niño, cuando tiene que enfrentarse a subir un árbol difícil, lo hace por experiencia en vez de valentía y seguridad. Es la experiencia quien fortalece esos atributos en el niño. Ese niño es consciente que si se cae, resbala o da un paso en falso, se puede hacer mucho daño, y sube el árbol de todas formas, pues su valentía y su seguridad son hechos probados por su propia experiencia. Nadie sabrá mejor que ese niño cómo subir ese árbol, al igual que ese niño no sabrá hacer la labor de un herrero a menos que se entrene para ello.

    Seguramente ese niño comenzó subiendo árboles de 1 metro, los cuales, en aquel entonces, eran su límite. Ese tipo de árboles era el más complicado que ese niño conocía, y solo gracias a que subió muchos árboles de 1 metro, pudo pasar a los de 2, 3, 4, 5 y así hasta que él encuentre su altura límite. Existió un momento en el que cada altura nueva suponía el mayor reto al que se enfrentó ese niño. ¿Cuántos árboles no ha podido subir ese niño, hasta subir el que todos vemos?

    Esto aplica para todas las áreas de nuestra vida. Cuanta menos experiencia tenemos en un ámbito, más de valientes nos parece avanzar en ese camino, y se nos suele olvidar que el primer paso es siempre el más difícil. Si buscas trabajo,  te consideras una persona vergonzosa y con pocas habilidades sociales, si te cuesta hacer deporte o comer sano. Da el primer paso. Fracasa. Vuelve a intentarlo. Es lo más difícil.

    En este punto podemos observar una verdad intrínseca de la naturaleza misma, y es que no se puede cosechar el campo haciendo la siembra a deshora. Todo en la vida tiene un ritmo que debe ser respetado. Lo más importante a desarrollar la actitud de la constancia. Encontrar el fino equilibrio entre intentarlo hasta el final y evitar caer en el paradigma de la causa perdida.  

    El primer paso, en todo lo que desees hacer en tu vida, siempre será el más complicado. Imagínate que eres vendedor. Cuanto en más puertas pares para enseñar tu producto, más te enfrentarás a las negativas que la vida trae consigo. Aprende de los no y encontrarás el sí, deja de intentarlo y repetirás el mismo proceso en un ámbito diferente de tu vida. 

  • Sobre el sentido de vida

    Diálogo conmigo mismo.

    ¿A dónde quiero ir con todo esto? El sentido en la vida es algo sumamente variable en la vida de cada persona, además de ser un tema de reflexión en la vida de todo el mundo, en mayor o menor intensidad. El caso es que llevo un tiempo reflexionando respecto a lo que le da sentido a mi vida, a qué cosas me hacen sentir pleno, y cómo quiero enfocar mi futuro. Sé que aún soy joven y, por eso mismo, quiero vivir la experiencia de jugármelo todo por mis deseos más viscerales. 

    A veces no sé distinguir si el mundo está fuera de sus cabales, o soy yo el que vive torcido. Cuanto más observo mi alrededor, la gente que me rodea, su conducta frente a la vida, al trabajo, al dinero, a las relaciones tanto de pareja como amistad o familiares. Cuanto más escucho y recibo del mundo, más me doy cuenta de que quiero vivir diferente. La mayoría de gente ha normalizado pillar el coche para ir a trabajar, comerse atascos de horas, y pasar alrededor de 2h viajando de casa al trabajo y del trabajo a casa. Es algo que no logro concebir como normal. Me suelo preguntar ¿estoy realmente dispuesto a vivir años pasando 2h diarias, de lunes a viernes, adentro de un bus o en el coche para estar encerrado 8h en una tienda u oficina, y todo esto por tener un sueldo a final de mes con el que mantenerme?

    Puedo entender que el dinero sea una necesidad imprescindible, que la vida cuesta y que a veces hay que hacer sacrificios. Sin embargo no estoy de acuerdo con la tan escuchada frase de es lo que hay o, su gemela es lo que toca. ¿En qué momento es lo que toca? ¿Dónde quedan los sueños, los matices y detalles? No hay foco en la sutilezas entre tanto apuro. Llevo años observando esto, y no solo en la gente que encuentra normal tomar el coche y comerse una o dos horas de atasco para ir a trabajar, y otras tantas al volver, sino también a quienes se despiertan con la música encendida, o con TikTok e Instagram en la pantalla del móvil para actualizarse en lo que se perdieron durante las seis u ocho horas que pasaron durmiendo. No logro concebir un mundo donde la normalidad es la desconexión, donde la vida se convierte en una huida constante de todo. Donde el conectar con X es la evitación de Y. ¿Qué pasaría si esa huida cesa, y la conexión con X es realmente genuina? 

    Pues bien, después de vivir y transitar conexiones genuinas y evitativas; después de haberla cagado y fallado más veces que los éxitos que he tenido; después de haberme dejado llevar por mis impulsos sin tener un plan o una estrategia; después de pasar hambre y empacharme, llorar y reír, amar y aniquilar. Después de todo lo que he vivido, me doy cuenta de que el sentido de mi vida lo construyo en el momento presente, en el aquí y el ahora. Lo que le da sentido a mi vida es el dolor, el fracaso, el haberlo intentado una y otra vez, aprender, y seguir intentándolo. No sé dónde está el éxito. Sé lo que quiero conseguir, sin embargo no sé cómo medir mis fracasos y mis éxitos, porque ambos son grandes triunfos en mi vida, sabios maestros de los que, cuanta más perspectiva de vida adquiero respecto a ellos, más aprendizajes extraigo para usar a mi favor. 

    Por tanto, todo este speech no es más que el desarrollo para llegar a la conclusión que mi sentido de vida gira entorno a quién quiero ser yo para mí, conmigo, y luego con los demás. En qué hombre me quiero convertir. Si tengo hijos, qué les quiero enseñar, qué quiero que absorban de mí cuando me miren en busca de orientación. Quién quiero ser como hermano, como hijo y, aunque aún no me lo he planteado, también como nieto. Cada vez estoy más convencido que los mayores cambios en las personas suceden como un reflejo del estado interno de cada persona consigo misma. Es algo que he vivido y vivo en mis carnes. Cuanto mejor estoy interiormente conmigo mismo, con mis emociones, con mi verdad, con mi ser. Cuanto más honesto soy conmigo mismo respecto a lo que necesito, más se refleja eso en mi cuerpo, en mis acciones, en mi día a día.

    Lo fascinante de la siguiente pregunta está en que, una vez formulada, me abre la puerta a muchos cambios de paradigma en el autoconcepto que tengo sobre mí, y me tienta acercándome al creativo cómo, el cual será mi respaldo en la vida para conseguir aquello que me propongo. ¿Hasta dónde me permito soñar? 

    Salud y prosperidad a quien lo lea,

    Hasta la próxima.

  • Sobre hacer nada

    ¿Alguna vez te has parado a sentir tu respiración? O a mirar las nubes. O simplemente sentarte en un banco en la calle a observar tu entorno. Parar. Qué importante es saber parar, y qué difícil es hacerlo en medio de tanto caos. A todos nos llega la edad de trabajar, de pasar el día fuera de casa con tal de poder mantenernos. Tener comida, agua, techo, luz, un móvil, un ordenador… Son cosas totalmente normales hoy en día, las cuales nos desconectan profundamente de lo esencial.

    El Principito tiene una frase muy famosa que dice así:

    Solo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.

    Leí el libro de joven, y la verdad que creí entender a lo que se refería. ¿Qué podía ser lo esencial en ese momento de mi vida? Pues las fibras musculares, la proteína, los carbohidratos, las grasas. Entrenar y descansar. Eso fue en ese momento mi esencia. Siempre que iba a entrenar imaginaba a mis fibras musculares trabajando, como si fueran carreteras, y jugaba en mi mente a ordenarle a la proteína que ingería qué zonas de esa carretera había que reparar. Me imaginaba mi intestino haciendo la digestión, sintetizando moléculas de glucosa y quemándolas para darme energía. Como no podía ver la energía, ni las moléculas transformándose, me lo imaginaba y creaba imágenes mentales para acompañar el proceso, y poder «ver» esos procesos invisibles a mis ojos.

    El caso es que cuanto más mayor me hago, más sentido le encuentro a esa frase de nuestro pequeño príncipe. Cuantas más horas paso encerrado entre 4 paredes por una obligación necesitada, más sentido le encuentro a mirar con el corazón, y algo que me ha ayudado mucho a descansar, reponer energía y detectar qué necesito, es no hacer nada.

    O sea, ¿no hacer nada es procrastinar a propósito? No. No hacer nada tiene poca relación con la procrastinación. No hacer nada es una invitación a conectar con tu naturaleza. A dejar el móvil, la música, las series, los libros, los diarios, y conectar con el ahora, con el presente. La rutina diaria exige, lo queramos o no, un estrés grande al cuerpo. Los seres humanos no estamos hechos para pasar 8h al día encerrados, en ausencia de luz solar, de aire fresco, rodeados de luces artificiales que no cambian su intensidad. Los primeros días, incluso los primeros meses de trabajo, es algo que puede llevarse de mejor forma, sin embargo pasa factura.

    La invitación es, por tanto, a aprovechar los pocos momentos de descanso que tengas en tu día para respirar. Centra tu energía en respirar, en tus manos, en tus piernas, tu torso, etc. ¿Eres capaz de sentir la sangre circular por tus venas, o el latir de tu corazón? A simple vista pueden parecer nimiedades, pero una vez te pones a intentarlo, a practicarlo, te darás cuenta de que tienes más energía en tus días, de que respondes de forma diferente a la adversidad, lo más probable es que después de un mes escuchándote lo contemples todo con más calma y serenidad