Siento que los últimos 2 trabajos que he tenido han llegado a mi vida para enseñarme a agachar la cabeza. Para aprender a ser un subordinado.
En ambos trabajos estaba penalizada la proactividad. Esa es mi sensación.
¿De qué sirve dar el 10 en una empresa que te pide el 5?
Hoy hablaba con mi hermana sobre esto, y surgieron varias reflexiones interesantes.
En primer lugar está el tema de la obediencia. Cuando quien tengo que obedecer es alguien que medianamente admiro y respeto -en mi caso por predicar con el ejemplo y ser un líder- me cuesta mucho menos que tener que obedecer a alguien que percibo como mediocre, indisciplinado o que trata de liderar desde el autoritarismo.
NOTA: Hablo de percepción de mediocridad por mi reacción a ciertos estímulos que me hacen juzgar a esa persona de mediocre. En cualquier circunstancia es mi percepción, y no implica que sea así en la realidad.
Durante la conversación de mi hermana he encontrado un conflicto entre la forma que estoy acostumbrado a actuar, y lo que me piden los jefes en la empresa.
Tanto en el trabajo como en mi vida personal, actúo siempre lo mejor que puedo, no por los bienes que pueda obtener del exterior, sino porque mi programación mental me lleva a actuar siempre lo mejor que puedo con lo que tengo.
En cierta forma me cuesta concebir un trabajo en el que no haya nada que hacer. En el que lo único que quede sea pasar las horas y esperar que haya faena. Siempre tengo que estar haciendo algo.
Por eso, después de escuchar a mi hermana, creo que en los últimos 2 trabajos he tenido tantos conflictos. Los jefes me pedían 5, no 10, y yo por testarudo siempre he ido a dar 10 porque me la pela que no me lo paguen, pues estoy cumpliendo con mi compromiso ante el trabajo y mi propia vida.
Me gustaría extenderme un poco más, pero tengo que seguir currando, así que eso es todo por hoy.